Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

lunes, 12 de mayo de 2008

Proa y popa

El 30 de abril de 1975, el Real Madrid visitaba la Romareda después de haber conquistado el título liguero a, si no me equivoco, cinco jornadas del fin de la que sería última liga del franquismo, por encima del Barcelona de Rinus Michels y Johann Cruyff. Los maños, muy corteses, hicieron el pasillo a los madridistas. Pero les aguardaban con los dientes afilados y la navaja empalmada. Los Violeta, Nieves, Blanco, García Castany, Simarro, y la temible dupla paraguaya formada por Saturnino Arrúa y Carlos "Lobo" Diarte pasaron por encima del recién proclamado campeón, endosándole un 6-1 que no por intrascendente dejó de escocer en la memoria de los blancos. Tiempo más tarde (12 de septiembre de 1987), el Real Madrid de la Quinta del Buitre devolvía la goleada, corregida y aumentada (1-7) a los blanquillos en su estadio. Corría la tercera jornada de la temporada 1987-88, y el bueno de Andoni Cedrún no daba crédito a la avalancha que se le venía encima.

Pero el fútbol es un deporte de idas... y vueltas. Será por eso que es tan grande. En las semifinales de la Copa del Rey de la temporada 2005-06, tal día como un 8 de febrero, los maños repetían la media docena ante el Real Madrid "galáctico", con Diego Milito y Ewerthon convertidos en reencarnación de Arrúa y Diarte. Cómo sería, para que Tomás Roncero calificara el suceso de "Histórico" en su columna del diario AS. Y para qué contar la fiesta en Barcelona, dicho sea de paso. De poco sirvió la apelación a la memoria del Gran Juanito Gómez para la heroica en el partido de vuelta. El Real Madrid devolvió la afrenta sólo en parte, con un 4-0 inquietante hasta el pitido final, pero inútil a la postre. Tan inútil, por cierto, como la gesta del Zaragoza, que perdería más tarde la final ante el Espanyol.

En los prolegómenos del encuentro de ayer, temía una vez más que las resacas de Cibeles y del miércoles convirtiesen al Real Madrid en víctima de una nueva goleada a la vera del Ebro. Y bien pudo haber sido así, pero no ocurrió tal cosa. La diferencia entre aquellas soberbias versiones del Real Zaragoza (a las que habría que añadir otras) y la actual son, básicamente dos. La primera es una más que evidente endeblez defensiva, y la segunda negación atacante. Los números cantan como calandrias. En el momento de redactar estas líneas, el Real Zaragoza tiene unos números en ataque muy razonables, aunque sin duda mejorables: 48 goles a favor, algo que sólo seis equipos de Primera División superan. Pero han tenido que sacar el balón de la red en 58 ocasiones, por lo que son el sexto equipo más goleado del actual campeonato (a sólo 12 de distancia del digno Levante). Probablemente, el balance sería mucho más positivo si la situación del equipo hubiera sido otra, pero cuatro entrenadores en ocho meses son demasiados para una escuadra que ambicionaba meterse en Europa allá por septiembre pasado. Por no mencionar el caso D'Alessandro, la posible influencia de decisiones arbitrales adversas, etc.

El Real Madrid jugó un partido, probablemente, mucho más cómodo de lo que habría imaginado. Achuchado por momentos, sí, pero como si hubiera sido un osito de peluche el que arremetía una y otra vez, tan inocente como suave. No se explica cómo se pueden marrar tantas y tan buenas ocasiones de gol, salvo quizá a la luz de la clasificación. Mención especial para un magnífico Jerzy Dudek, que demostró por qué fue el héroe del Liverpool en la final de la Champions de 2005. Sergio García habrá soñado con él. Seguro. Delante, el Real Madrid pecó quizá de precipitación, lo que hubiera permitido a Gonzalo Higuaín marcar un nuevo tanto si sus compañeros le hubiesen pasado el balón en momentos oportunos, como hizo Sergio Ramos en Pamplona hace una semana. De todas maneras, no olviden los posibles detractores del "Pipa" que el gol de Robinho salió, precisamente, de sus botas.

En resumen, que cuando las cosas vienen de cara porque estás en la proa del buque, ni siquiera el peso de la historia o el desarrollo del partido juega en contra. Es muy posible que el Zaragoza, ahora a popa, tenga ocasión de lamentar las ocasiones perdidas el próximo fin de semana. Superar al Mallorca en el Ono Estadi no es tarea fácil, sobre todo cuando los bermellones se juegan la posibilidad de estar en Europa y, encima, con un Dani Güiza tocado por la varita mágica.

Que se lo pregunten si no a Rijkaard y a los suyos. Menudo estropicio causó el jerezano con su gol postrero al Barça en el Camp Nou. La prensa de la Ciudad Condal señala de nuevo a los jugadores como culpables de lo sucedido, acusándoles de una nueva traición a su entrenador. Lluís Mascaró así lo afirma con toda claridad:

"... la indignante derrota impidió que el Camp Nou pudiera despedirle -a Rijkaard- como se merece. Ni siquiera este favor le hicieron esos futbolistas a los que él tanto ha mimado y que al final le han vuelto a traicionar."

Es posible que haya sido así, pero yo no estoy tan seguro. Veamos. Deco se queda en la caseta tras el descanso por problemas musculares. Dicen. Vale. Sale Bojan en su lugar. Veinte minutos más tarde sale Messi y entra Giovani. ¿Les suena? De repente, el centro del campo del Barcelona desaparece. Igual que en el Bernabéu cuatro días atrás. ¿El resultado? Sin apenas nada que temer adelante (Messi es hoy por hoy el único jugador con capacidad real de desborde en el Barça), y con un medio campo a medio gas con Touré (todo voluntad, pero a muy bajo nivel por sus dolencias) y Edmílson, también lejos de su mejor momento, al Mallorca le bastaron tres minutos para empatar el partido. ¿Traición? ¿Quién dejó el equipo roto y sin mordiente en ataque? Que Frank Rijkaard haya sido un caballero, que lo es, y que mereciese algo más en su despedida, que también, no obsta para que buena parte de la culpa de lo sucedido ayer haya sido, en mi opinión, suya.

Lo dicho: cuando vas a proa, todo te va de cara. Cuando vas a popa, todo te da en la cara. Incluso cuando vas a popa de la proa. Pero repito una vez más: son momentos. Sólo momentos.

He dicho.

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