Después de muchos pífanos, cantos celestiales y trompetas de todo tipo, (incluyendo las sudafricanas) la selección española de fútbol, nuestra selección, nuestra "roja" ha caído ante el (¿modesto?) combinado norteamericano, que por primera vez en su historia nos ha dado las nuestras y las de un bombero, en un partido defensivo impecable, y frente a un equipo -el nuestro- anestesiado por tanto coro laudatorio y posiblemente confiado en demasía en sus propias virtudes -que las hay- para deshacerse de los campeones de la CONCACAF. No ha sido así. Pero esto es fútbol, y en el fútbol los desenlaces imprevistos a veces ocurren. España superó la fase previa brillantemente (aunque tuvo que sudar lo suyo para doblegar a los correosos iraquíes), pero volvió a fallar en el momento de la verdad, el instante que marca la frontera entre la gloria y el olvido. Las lecciones de la Eurocopa quedaron atrás, quizás olvidadas antes de tiempo, el inesperado rival fue sin duda subestimado y... ¡voilá! Sólo nos queda luchar por la tercera plaza. Y gracias.
La memoria es flaca en estos trances. Pocos recordarán tal vez que el combinado norteamericano hizo las veces de sparring de los nuestros en vísperas de la Euro que tanta gloria nos dio el año pasado. Y menos aun recordarán que a España le costó Dios y ayuda dar con ellos en el suelo, lo que hacía presagiar males mayores para encuentros venideros y ante rivales muy superiores. No fue así. Y mira por dónde, hoy nos han salido respondones.
Caben dos lecturas sobre lo ocurrido. La mala es, lógicamente, que nos han echado y que sólo nos queda contentarnos con poder optar a la tercera plaza. No estaría mal tampoco si se logra, pero es de esperar que la afición española, poco acostumbrada a los términos medios, valore escasamente el tercer puesto. Conociendo a los paisanos es incluso posible, puestos a elucubrar, que se machaque a los nuestros por la derrota, olvidando los récords establecidos de 35 encuentros consecutivos sin perder y 15 seguidos saldados con victorias. Más miserable aún sería que se cargaran las tintas sobre determinados jugadores culpabilizándoles de lo ocurrido. Pero estamos en un país donde los comportamientos miserables, por cotidianos, no escandalizan a nadie, de modo que algo asi no sería en absoluto sorprendente. No: si los éxitos son colectivos, los fracasos también lo son. Y teníamos que perder. Era sólo cuestión de cuándo y ante quién.
La lectura positiva sería la que el abajo firmante entiende como más útil, siempre que se aplique el seso a aprender de lo ocurrido. España es una selección que resuelve con solvencia las fases previas (con algunas y estruendosas excepciones), pero que se atraganta en las eliminatorias que siguen. En parte, creo, eso es debido a que los aficionados y, sobre todo, los medios informativos tienden a sobrevalorar lo hecho en las previas y a minusvalorar a los rivales que llegan, intoxicando a los jugadores con cánticos anticipados de Garry Owen. Derrotas como ésta deben recordarnos, siempre, que incluso llegando a una final no hay nada de nada hecho: nada. Y que los partidos se ganan desde la humildad y el respeto más absoluto al rival, sea quien sea. Si los medios, responsables directos del estado de opinión de las masas, son capaces de aprender esta amarga lección sin esconderse detrás de la vieja excusa de siempre (aquello tan socorrido de matar al mensajero) habremos ganado muchísimo de cara al Mundial, un compromiso infinitamente más trascendente que la Copa Confederaciones. Y por favor, que no se interprete esto como un desprecio a la competición en la que acabamos de caer. Puestos a perder, mejor aquí y de este modo. De haber sucedido esto el año que viene, en idénticas circunstancias, el efecto habría sido mucho más devastador.
En resumen: toca aprender de las derrotas, algo muy útil si se sabe cómo hacerlo. Y conviene no entumecer la memoria. Que esto nos sirva de lección.
He dicho.
La memoria es flaca en estos trances. Pocos recordarán tal vez que el combinado norteamericano hizo las veces de sparring de los nuestros en vísperas de la Euro que tanta gloria nos dio el año pasado. Y menos aun recordarán que a España le costó Dios y ayuda dar con ellos en el suelo, lo que hacía presagiar males mayores para encuentros venideros y ante rivales muy superiores. No fue así. Y mira por dónde, hoy nos han salido respondones.
Caben dos lecturas sobre lo ocurrido. La mala es, lógicamente, que nos han echado y que sólo nos queda contentarnos con poder optar a la tercera plaza. No estaría mal tampoco si se logra, pero es de esperar que la afición española, poco acostumbrada a los términos medios, valore escasamente el tercer puesto. Conociendo a los paisanos es incluso posible, puestos a elucubrar, que se machaque a los nuestros por la derrota, olvidando los récords establecidos de 35 encuentros consecutivos sin perder y 15 seguidos saldados con victorias. Más miserable aún sería que se cargaran las tintas sobre determinados jugadores culpabilizándoles de lo ocurrido. Pero estamos en un país donde los comportamientos miserables, por cotidianos, no escandalizan a nadie, de modo que algo asi no sería en absoluto sorprendente. No: si los éxitos son colectivos, los fracasos también lo son. Y teníamos que perder. Era sólo cuestión de cuándo y ante quién.
La lectura positiva sería la que el abajo firmante entiende como más útil, siempre que se aplique el seso a aprender de lo ocurrido. España es una selección que resuelve con solvencia las fases previas (con algunas y estruendosas excepciones), pero que se atraganta en las eliminatorias que siguen. En parte, creo, eso es debido a que los aficionados y, sobre todo, los medios informativos tienden a sobrevalorar lo hecho en las previas y a minusvalorar a los rivales que llegan, intoxicando a los jugadores con cánticos anticipados de Garry Owen. Derrotas como ésta deben recordarnos, siempre, que incluso llegando a una final no hay nada de nada hecho: nada. Y que los partidos se ganan desde la humildad y el respeto más absoluto al rival, sea quien sea. Si los medios, responsables directos del estado de opinión de las masas, son capaces de aprender esta amarga lección sin esconderse detrás de la vieja excusa de siempre (aquello tan socorrido de matar al mensajero) habremos ganado muchísimo de cara al Mundial, un compromiso infinitamente más trascendente que la Copa Confederaciones. Y por favor, que no se interprete esto como un desprecio a la competición en la que acabamos de caer. Puestos a perder, mejor aquí y de este modo. De haber sucedido esto el año que viene, en idénticas circunstancias, el efecto habría sido mucho más devastador.
En resumen: toca aprender de las derrotas, algo muy útil si se sabe cómo hacerlo. Y conviene no entumecer la memoria. Que esto nos sirva de lección.
He dicho.