Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

domingo, 20 de septiembre de 2009

Va por ustedes, ¡toreros!

Por esta vez, no voy a dedicar páginas y letras al fútbol. Hoy mismo, otros deportistas españoles se merecen, con todas las letras, que les dedique atención en éste mi modestísimo espacio para la reflexión: la selección española de baloncesto. Acaba de firmar una proeza histórica al proclamarse campeona de Europa en Katowice, Polonia. Es la primera vez que un equipo de baloncesto de este país consigue algo así. ¡Y de qué manera, morera! Para ello ha tenido que echar mano de la mejor generación de jugadores de toda su historia, y una de las más brillantes de todos los tiempos. Este 20 de septiembre de 2009 es sin duda alguna un día grande, grandísimo, colosal, para el deporte español. Un día para recordar, para disfrutar, para saborear, para sacar pecho. Que ya nos tocaba. Como lo fue el 29 de junio del año pasado. Pero no adelantemos nada aún, todo a su tiempo.

La cosa tiene tanto más mérito cuanto que los comienzos fueron harto decepcionantes. Después de una preparación engañosa ante rivales de poca monta, España comenzaba su participación con una derrota (66-57) ante Serbia. Las cosas parecieron enderezarse, sólo un poco, al vencer a Eslovenia por escaso margen y una defensa de risa (90-84). Poco después, los nuestros estuvieron a un tris de caer eliminados ante la débil Gran Bretaña (84-76). Y que no se me enfaden sus hijos (los de la Gran Bretaña, claro): los británicos tienen excelentes deportistas y equipos en otras disciplinas, y el mérito de haber jugado un Eurobásket es grandísimo para ellos, pero la distancia que les separa de los nuestros es, hoy por hoy, estelar, sideral, estratosférica. Luego, segunda derrota ante Turquía (63-60), final polémico incluido, con Sergio Llull jugándosela en la última posesión en una entrada suicida frente a las torres otomanas. Vamos, que más jodido que en Lepanto. Y Marc Gasol, poniendo en duda la sensatez de la idea ante las alcachofas radiofónicas. Se tocó fondo. A partir de ese momento, todos los partidos eran finales. En caso de derrota, tocaba hacer las maletas y volver con el rabito entre las piernas.

Aquí, en el terruño patrio, se dispararon las críticas, a cada cual más amarga y virulenta. No tanto contra los jugadores como contra el entrenador, Sergio Scariolo. Juan Mora, subdirector del diario AS, fue particularmente ácido con el seleccionador tras los partidos ante los británicos y los turcos, llegando incluso a exigir la destitución del transalpino en vísperas del encuentro contra Lituania, el primer ser-o-no-ser para los nuestros. Se especuló de todo y con todo: que si malos rollos con el entrenador, que si alguna movida subterránea contra la Federación, que si lesiones, cualquier cosa valía para explicar el desaguisado y, en la mejor y más genuina tradición cainita que tan bien nos define a los españoles, hacer leña del árbol caído... cuando ni siquiera había caído aún. Juan Carlos Navarro, capitán del equipo tras la marcha del gran Carlos Jiménez, tuvo que enfrentarse a los micrófonos de las fieras rugientes para reclamar el beneficio de la duda para el equipo, cuando menos, pues se lo había ganado.

Y lo que siguió fue lo que tenía que seguir. Se impusieron la lógica y, sobre todo, la calidad humana del grupo que son, por encima de todo, grandes amigos. Hubo cónclaves, con Scariolo y sin él. Se habló, se discutió, se analizó, se hizo terapia de grupo... Y tras ello, a afrontar las corridas restantes ante los sucesivos morlacos que nos aguardaban, quién sabe si frotándose las pezuñas por el mal momento de los nuestros.

Primero los lituanos. Paliza al canto (84-70), eso sí: tras un primer cuarto calamitoso que hacía presagiar todos los males. Luego los polacos. No hubo color (90-68) y las diferencias entre los dos equipos quedaron meridianamente claras desde el primer minuto de juego, acallando a la hinchada local y convirtiendo el encuentro en un paseo militar. Más adelante vendría el temible cruce de cuartos, que habría que disputar ante nuestros vecinos del norte, quienes hasta entonces habían hecho un campeonato impecable: 6 de 6 victorias, oh la lá les enfants de la patrie, con la figura Tony Parker a la cabeza. Y a Parker y a los suyos, las suyas y las de un bombero (86-66) con un Pau Gasol sensacional, que destrozó a sus rivales bajo canasta. Las medallas ya estaban a tiro. El primer escollo era la Grecia del genial Spanoulis y de los gigantones Bousouris y Schortsanitis. Sin opciones: otro paseo militar marcando distancias desde el comienzo y ganando en promedio cinco puntos por cuarto al rival, para acabar dieciocho arriba (82-64). Y por fin, la gran final ante los mismos serbios que nos habían majado bien al comienzo del campeonato, y con un jugador (Teodosic) del que preocuparse, después de que el angelito le endosara 30 puntos a los eslovenos en semifinales. Y tampoco hubo color: revancha y paliza (85-63) que al final quedó maquillada por la relajación de los nuestros en el último cuarto, pero que llegó a rozar los 30 puntos. Un primer cuarto para enmarcar (24-14) y un segundo para apabullar (52-29), el tercero y el último, casi sobraron. En realidad, esta descripción del partido es perfectamente aplicable a los choques frente a franceses y griegos, pues los pesos pesados de la selección sólo disputaron poco más de medio encuentro y el desarrollo de los partidos, así como los marcadores finales, fueron casi idénticos. España, literalmente, trituró a sus cuatro últimos rivales, sin encajar en ningún momento más de 70 puntos. No se había visto nada semejante desde que, allá por 1634, los tercios del Cardenal Infante don Fernando masacraran a los ejércitos suecos y alemanes en Nordlingen. A nuestros pies yacen los morlacos, con el estoque bien clavado en la cerviz.

Naturalmente, ahora todo son parabienes. Merecidos, por supuesto, pero quizá no del todo exentos de hipocresía. Porque, me pregunto yo: ¿cuántos de los que ahora se felicitan se apuntaron al degüello cuando las cosas iban mal? ¿Cuántos de los elogiadores de hoy fueron los críticos sulfúrico-perclóricos de ayer? Me pregunto qué pasará por la cabeza de Scariolo y compañía al leer los titulares y las columnas de nuestra insigne, sapientísima, e infatigable prensa deportiva. Esa misma prensa deportiva que, sospecho yo, es co-responsable del mal inicio de campeonato después de una extensa campaña de intoxicación psicológica de los nuestros, haciéndoles creer que con sólo saltar a la cancha, ya estaban ganados los partidos, y que eran campeones con sólo acariciarse la flor. La característica falta de humildad y exceso de euforia, el Garry Owen anticipado, el menosprecio al rival. Jorge Garbajosa, segundo capitán, declaraba tal noche como ésta ante los micrófonos de la SER que una de las causas del mal comienzo había sido creer que con el talento ya era suficiente. Craso , craso, craso error. Menos mal que se pudo remediar a tiempo. Felizmente.

Es un momento, como decía antes, para sacar pecho. España manda en Europa en fútbol y en baloncesto, lo cual es completa y absolutamente histórico. Europa entera nos respeta y nos teme. Esto hay que saborearlo, hay que disfrutarlo, porque antes o después alguien nos bajará del trono. Tan sólo hay que sacar las lecciones oportunas, las mismas que espero que se saquen del fracaso-a-medias de nuestros chicos de fútbol en la reciente Copa Confederaciones. Siempre con la humildad por delante, respetando a los rivales, sin considerarles en ningún momento inferiores, sabedores de que para superarles no basta sólo con el talento, como bien apuntaba Garbajosa. Hay que ponerse el mono y trabajar. Sólo entonces aflora el talento.

Como el que tienen nuestros toreros, nuestros grandísimos matadores de la canasta. Enhorabuena, campeones, va por ustedes. Y gracias por hacernos sentir orgullosos de ser españoles.

He dicho.