Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

martes, 29 de diciembre de 2009

El día en que peregriné a La Meca

Ya sé que esta entrada debería haberla escrito semanas atrás, pero es sólo ahora, en medio de estas fiestas, que puedo hallar el sosiego necesario. Por lo que he visto, oído y leído acerca de la religión islámica, tengo entendido que es obligación de todo musulmán peregrinar a la ciudad santa de La Meca al menos una vez en su vida, siempre que su salud y recursos se lo permitan. Viviendo en el archipiélago del Jardín de las Hespérides de Hesíodo, me resulta un poco complicado cumplir con el precepto... pero no el musulmán, lógicamente, sino otro particular. Porque si un creyente en la fe de Mahoma debe visitar la ciudad del profeta y dar las vueltas de rigor ante la Kaaba, un madridista de pro debería, análogamente, visitar el Santiago Bernabéu pues tal es el lugar de peregrinación de los creyentes en la fe merengue.

Por eso, el 21 de noviembre pasado quedará inscrito con letras de oro en la historia de la vida del abajo firmante pues, aprovechando una estancia de fin de semana largo en la capital de este nuestro país, me animé a acudir al coliseo blanco para ver a mi equipo que a la sazón disputaría su encuentro liguero frente al Real Racing Club de Santander. La entrada costó saladita, (puestos a ir, bien está elegir una buena ubicación) pero los medios de este creyente, a día de hoy, le permiten una alegría semejante. Así que allí me dirigí.

Fue una lástima no haber podido filmarme a mí mismo, pues me habría encantado ver mi cara al asomarme al césped, tras haber dado con la localización de mi asiento. Seguramente tuvo que ser la de un niño que contempla boquiabierto un gran parque de atracciones o algo así. Porque la boca se me abrió, involuntariamente, de par en par. De haber sido hijo del Tío Sam, se me habría escapado un guau (escrito wow) de esos con los que ellos expresan admiración (en mi tierra decimos Ño o Ños, habitualmente prolongando la o, tanto más cuanto mayor es la sorpresa o la estupefacción). A mí hasta me faltó la voz al contemplar aquella enormidad, y me asaltó la emoción al contemplar el césped donde Puskas, Gento, Di Stefano, Pirri, Santillana, Camacho, Juanito, Butragueño y tantos otros habían dado tardes y noches de gloria al deporte del balompié y a la historia del club más laureado del mundo.

¿El partido? Bueno, eso fue lo de menos. No es que no fuese importante, sino que no era lo principal. Por supuesto, deseaba una victoria del Madrid, que fue lo que ocurrió. Y también quería ver marcar al Pipita Higuaín, ese héroe casi anómino que llegó por la puerta de atrás en un frío mes de enero de 2007. Y así, precisamente, sucedió. Porque ése fue el resultado del encuentro: un corto 1-0 que a mí me supo bien. O por lo menos no me supo mal. El juego del conjunto estuvo bastante bien durante la primera media hora, para complicarse después. Eso sí: el rival dio muy pocas sensaciones de peligro y no mereció más de lo que se llevó, pues apenas hizo méritos frente a un Casillas que prácticamente no tuvo trabajo.

Desde entonces hasta ahora, el juego del Madrid ha cambiado, y para mejor. Pero esa es otra historia que habrá que analizar en otra entrada. Concluiré ésta recordando que cuando el Pipita batió la meta de los cántabros me levanté brazos en alto como la mayoría de los casi ochenta mil asistentes, a celebrar el tanto del argentino, mientras exclamaba, como dándole las gracias:

- ¡¡Tenías que ser TÚ!!

Así que gracias, Gonzalo. A ti y a tus compañeros por haberme dado una tarde feliz en el día en que visité La Meca.

He dicho.