Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

jueves, 8 de mayo de 2008

Estupor vs Felicidad

Así es cómo me sentí a la conclusión del partido de ayer, el Clásico, el partido del morbo, del pasillo, en fin. En realidad, en los preliminares no hubo motivo para nada que no fuese exquisita deportividad, y voluntad por parte de los homenajeados de convertir lo que para algunos suponía (falazmente) una humillación, en un acto protocolario de buena camaradería y respeto al máximo rival. Por lo tanto, y por ejemplo, no se cumplieron las expectativas apocalíticas de Josep M. Fonalleras, publicadas ayer en su columna de opinión en el diario "Sport" de Barcelona:

"...el gustazo del pasillo. O del paseíllo, que en eso han convertido algunos medios de la capital el honor que se debe al campeón. Es decir, un acto de orgullo torero (con Raúl dándole a la muleta y a la rojigualda) y de humillación supina contra los culés."

No hubo, insisto, tal cosa. Los barcelonistas demostraron ser "senyors" y los madridistas no convirtieron la ocasión en oprobio al rival. Sabiamente, desde luego, porque en esto del fútbol, hay que recordar siempre (el propio Fonalleras también lo hacía), que las alegrías van por barrios, y que cuanto más alto subes, más grande puede (y suele) ser la caída. Que les pregunten si no a Ronaldinho, Eto'o y Deco, antaño vitoreados como dioses, hoy vilipendiados hasta el tuétano.

Y hasta aquí los comentarios sobre el tan traído y llevado pasillo. Al final, quedó en pura anécdota y el gran mérito de unos y de otros ha sido llevarlo a cabo de la manera más natural posible, tal y como reconoce hoy Santi Nolla en el "Mundo Deportivo" con Raúl.

Llegados a este punto, les confieso abiertamente que el comienzo del partido me dejó de piedra. No hablo del minuto 20, cuando el Real Madrid ya dominaba el marcador por 2-0, sino del primer, primerísimo minuto de juego. Esperaba, y hasta temía, una salida en tromba del Barça, picado en su orgullo, hambriento de reivindicación, y ansioso de autoestima. Sobre todo después de la media docena que le había endosado al Valencia en un partido donde, al menos, había demostrado recordar algunas de las cualidades que le habían convertido en referencia futbolística de Europa: exquisito trato de balón, aperturas por las bandas buscando la espalda de la defensa (algo que en su día Giuly, Belletti o el propio Ronaldinho hacían a la perfección, magníficamente servidos por Xavi), acierto rematador, presión agobiante, robos de balón ... Y frente a ellos, un Real Madrid resacado de celebración liguera y sin que los puntos tuviesen ya valor alguno.

Pero no.

Tal y como la mayor parte de los comentaristas de Madrid y Barcelona coinciden en señalar (y ya es raro que coincidan en algo), la entrada del Barça en el partido fue fría, cauta, lenturrona, y no entenderé jamás por qué fue así. Cualquiera habría imaginado que Messi aprovecharía la ocasión de tener a Marcelo frente a frente. En lugar de ello, el ataque se cargó más por la banda izquierda del Barça, donde Sergio Ramos, bien asistido, podía vérselas mejor con Gudjohnsen y Henry. Y poco a poco, la posesión del balón cambió de dueño, y no sólo la posesión, sino la velocidad de circulación, la precisión del pase, la profundidad, la presión... ¡todo! Que el gol de Raúl viniese precedido de una clara falta de Guti a Márquez es pura anécdota. La caída del primer gol no era cuestión de cómo sino de cuándo. De no haber sido el Gran Capitán merengue, habría sido cualquier otro, porque el Real Madrid, ayer un equipo de los pies a la cabeza (lo de la colección de figuras queda, afortunadamente, atrás) jugaba como tal, jugaba a ganar, y encima lo hacía bien. Y enfrente... nada.

No voy a entrar a valorar los detalles del partido. Probablemente, a estas alturas, hasta el último guijarro de España sabe ya lo que sucedió anoche, y cómo. Sí que debo romper una lanza en favor de ciertos jugadores. El año pasado, en el mercado de invierno, el Real Madrid se hacía con los servicios de tres jóvenes totalmente desconocidos, unos tales Marcelo, Gago, e Higuaín. En la Ciudad Condal, las reacciones fueron desde el escepticismo (en el mejor de los casos) hasta el choteo. Andrés Astruells (Mundo Deportivo) pronosticó que, en la temporada que ahora concluye, Higuaín y Gago estarían jugando cedidos en el Valladolid, sin sitio en el Real Madrid, por aquello de que ficharían jugadores de más empaque y experiencia. De Marcelo, ni mentallo.

Pues mira por dónde. Gonzalo "Pipita" Higuaín hizo poco el año pasado, pero dejó tres perlas de muchísimo valor: el gol al Atlético de Madrid tras asistencia de Cassano, el gol agónico al Espanyol que suponía culminar una de tantas remontadas épicas, y la asistencia a Reyes que abrió la lata mallorquinista y fue el comienzo de la celebración del título liguero. Gago tuvo una participación irregular, y Marcelo apenas tocó balón. Y ayer, tal día como ayer, Gonzalo Higuaín hizo un nuevo gol (y qué gol) nada más pisar el campo, Gago dio toda una lección de manejo y dominio del centro del campo junto a Diarrá, y Marcelo controló muy bien a Messi y pudo marcar un golazo de los que hacen época. Ah, por cierto: Gonzalo Higuaín ha marcado, con el de ayer, ocho goles en total. Osea, dos menos que Leonel Messi, quien ha disfrutado de muchos más minutos en el campo. Los que en su día hablaron con escepticismo o desprecio de estos jugadores habrán tenido cena gratis, pues habrán podido comerse sus palabras, aderezadas al gusto.

Y es que el gol del "Pipa" fue el que me hizo más feliz, el que me hizo levantarme del sillón y gritar con los brazos extendidos y los puños cerrados. Lo demás, el baile dado al eterno rival, no hizo más que hacerme sentir feliz, por los malos momentos vividos hasta hace bien poco.

Y así concluye mi viaje, desde el estupor hasta la felicidad. El Real Madrid, anoche, se vistió de grandeza por el título ganado, por la caballerosidad demostrada y por el soberbio partido con que obsequió a toda su parroquia. Muchas, muchas gracias, chicos. De verdad.

He dicho.

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