Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

miércoles, 14 de mayo de 2008

Galaxias lejanas

La Wikipedia define una galaxia como un "masivo sistema de estrellas, nubes de gas, planetas, polvo, materia oscura, y quizá energía oscura, unidos gravitacionalmente". En el mundo del fútbol es norma que algunos términos grandiosos o grandilocuentes, como éste, se apliquen a algún equipo, partido o circunstancia. Cualquier persona con un mínimo de interés por el deporte rey sabe que este nombre, o mejor dicho, el adjetivo correspondiente -galáctico(s)- sirvió para bautizar al Real Madrid en teoría más pletórico de la era de Florentino Pérez. Un equipo que reunía a grandes nombres balompédicos como Figo, Zidane, Ronaldo, Beckham, Raúl y Roberto Carlos. Algunos incluían también a Iker Casillas. Después de todo, la cosa parecía lógica: con tanta estrella de por medio, aquello debía de ser una galaxia. Desde un punto de vista astronómico, es una metáfora un tanto ridícula, ya que hacen falta muchísimas más estrellas para formar una galaxia. Hablar de un "cúmulo estelar" habría sido más ajustado a la realidad, incluso figurada, pero habría sonado demasiado pedante. Así que los periodistas de la capital, proclives como el que más a esta clase de eslóganes y etiquetas, adoptaron entusiásticamente la nueva denominación. Y ello pese a que los propios futbolistas, por activa y por pasiva, intentasen, sin éxito alguno, mantenerse al margen de ella. Halagos, en fin, son halagos. Y, a veces, veneno.

Bien, aquélla pléyade de futbolistas estelares dejó, por momentos y en ocasiones puntuales, testimonio de las virtudes que se le presumían. Puntualmente, demasiado puntualmente. Lo bastante como para que se creara a su alrededor un entorno de impaciencia ante el despegue definitivo de aquella presunta máquina de juego y goles, que no llegaba del todo. Durante algunas semanas, en la temporada 2003-04, pareció que el campeonato liguero estaba al alcance de la mano, lo mismo que la Champions. Y la Copa del Rey. Todo podía ganarse.

Y todo se perdió. Primero fue en marzo: la Copa del Rey, ante al Real Zaragoza y en la final. La galaxia empezaba a perder brillo. Poco después, en abril, en los cuartos de final de la Champions, un Mónaco en el que militaba en calidad de cedido el gran Fernando Morientes (circunspecto en su celebración de gol en Madrid, en atención a las víctimas de los recientes atentados de Atocha, pero exultante de revancha en el Luis II monegasco) dejaba a la galaxia con un poco menos de luz. En la liga, el Valencia y el Barcelona apretaban en el tramo final mientras el Real Madrid, quizá vendiendo la piel del oso antes de haberlo matado, se tenía que conformar con el cuarto puesto, superado a última hora por el Deportivo de la Coruña, además de los ya mencionados.

Objetiva y fríamente, no había sido una temporada desastrosa. Muchos equipos, incluso sin la promesa de un título, la habrían firmado. Pero sonaba a pobre, muy pobre, para una escuadra con expectativas galácticas, es decir, a la altura de lo que se suponía. De nada servirían los destellos de buen fútbol logrados a lo largo de la temporada que, al fin y al cabo, habían sido sólo eso, destellos. Por ejemplo, el Real Madrid fue el equipo más realizador de la temporada en la liga (72 dianas), un gol más que el campeón Valencia. Ronaldo logró el Pichichi, tras anotar 24 goles. Con todo, una galaxia brilla mucho más que un meteorito. En caso contrario, si no brilla, sólo puede ser detectada por su gravedad. Y la historia la escriben siempre los ganadores, nunca los que quedan por detrás, por mucho que pesen sus nombres.

Lo que sucedió después, quedó en la memoria colectiva como un gran fracaso, no tanto en lo económico como, sobre todo, en lo deportivo. No era ya sólo que no hubiese triunfos: ni tan siquiera se alcanzaba la posibilidad real de lograrlos. Al año siguiente, el FC Barcelona se paseaba en la Liga, mientras que el Real Madrid caía en octavos de la Champions ante la Juve y en la misma eliminatoria de la Copa del Rey frente al Valladolid. Estaba claro que la galaxia se colapsaba, quizás por su propia gravedad, convirtiéndose poco a poco en un enorme agujero negro que engullía, entre otros, al mediático y todopoderoso Florentino Pérez. Muy brillante y oportuno en lo económico (sólo hubiese faltado eso), mucho menos en lo estrictamente deportivo, pese a haber estado a poca distancia de lograr la gloria de la Triple Corona.

El peregrinaje del equipo por el Gólgota futbolero del 2006 es de sobra conocido. Las estrellas fueron, poco a poco, abandonando la galaxia, la cual, en consecuencia, perdió masa y fuerza gravitatoria. Aunque, con ello, también se diluía un poco más el agujero negro que dejó, bien poco a poco, de ser un sumidero de penurias. El pasado 2007 parecía que aún no se había tocado fondo en el colapso tras la eliminación copera ante el Betis, los continuos fiascos en la liga, y una dolorosa eliminación en la Champions, a manos de una de las más discretas versiones del Bayern München que se recuerdan. Bastó una conjura fuenteovejunera y un partido bueno de verdad (por una vez) ante el FC Barcelona, a quien Messi salvó de una derrota que parecía por momentos segura, para que la ruta ascendente comenzara de nuevo, con la ayuda inestimable de los restos de la galaxia de épocas florentinas. Y culminó en la liga. Epica para unos, afortunada e inmerecida para otros... lo que se quiera. Pero una vez más, la historia la escribía el ganador.

Hoy, lejos queda ya el proyecto galáctico. Tan sólo la sombra de lo que pudo ser y no sólo no fue, sino que fracasó estrepitosamente. Pero una lección de oro debe quedar en la retina y en la mente: los grandes éxitos los hacen grandes equipos, no grandes colecciones de nombres. Si encima están formados por estrellas, entonces están llamados a la más absoluta de las glorias, como ocurrió con el AC Milan de la era Sacchi: Gullit, Van Basten, Rijkaard y media selección italiana. Ahí es nada. Pero eran, ante todo, un equipo, que cortó el pelo a la mohicana a lo más granado del panorama europeo de entonces, Real Madrid y FC Barcelona incluidos (aunque en la final de Atenas que certificaba el fin del "Dream Team" barcelonés, los holandeses ya habían dejado paso a Desailly, Boban y Savicevic, y Capello se sentaba en el lugar de Sacchi, igual daba). La experiencia demuestra que valen más los buenos conjuntos que las galaxias, que un sistema planetario, sin brillo y poca masa pero armonioso en su elíptico y concéntrico desplazamiento llega, a menudo, más lejos. Bastante más. Sirva esto, también, como recordatorio para aquellos que abogan por volver a aquellos tiempos gastándose el oro y el moro en figuras consagradas del momento.

En Barcelona están aprendiendo la lección aquellos que, en su día, no vacilaron lo más mínimo en ensañarse con la galaxia merengue. Aquellos que, repitiendo uno por uno los errores del vecino, comenzaron por inventar una etiqueta para un proyecto en apariencia ilusionante y que, a la postre, se ha quedado a las puertas de todo. Si antes eran galácticos, ahora han sido fantásticos. Sólo Messi se salva de la hoguera inquisitorial, acaso porque es producto de la cantera local y, a buen seguro, porque es de los pocos que han puesto sobre el campo la presencia de ánimo y el juego requeridos. Y, a pesar de la situación actual, aún hay quien carga contra el eterno rival con tanto desdén como falta de respeto. En su columna del SPORT, y en vísperas del Clásico del miércoles pasado, Xavi Torres decía así:

"Seguramente salvo Casillas, ningún jugador del Real Madrid podría ser titular en el Barça."

Me pregunto qué pensó el bueno del señor Torres tras el partido, después de ver cómo los (según él), teóricos suplentes, dejaban en evidencia, como poco, a los (siempre según él) teóricos titulares. Suplentes entre los que, por cierto, sólo Raúl y Casillas podrían reclamar con justicia el título de "cracks" (dejemos lo galáctico en el recuerdo). Menos mal que, al menos, Xavi Torres tuvo una deferencia para con Casillas.

El maestro.

He dicho.

No hay comentarios: