Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

viernes, 4 de julio de 2008

Una de catalanes

Hace bien poquito, hablaba del carácter portugués y de la relación de amor-aversión (lo de odio me parece exagerado, aunque alguno habrá por ahí que...) entre nuestros hermanos y vecinos lusos y el resto de los ibéricos (bueno, andorranos y gibraltareños excluídos, si así lo prefieren, zobre todo lozegundo, que zon ingléze). A la vista de este blog, más de uno podrá, previsiblemente, pensar que el que suscribe es poco menos que el azote de Cataluña y de sus símbolos. Nada más lejos de la realidad. Así que, tal y como me expresé en su momento sobre los paisanos de Pessoa, Camoes y Saramago, permítaseme ahora que aclare algunos aspectos sobre la opinión que me merecen los de Jacint Verdaguer, Pi i Margall, Narcís Monturiol, y Quim Monzó, por sólo citar a algunos. Y bien pocos.

Catalunya (o Cataluña, igual me da, pues la pronunciación es casi idéntica) es, mientras no se demuestre lo contrario, parte nuestra. Y atención: no he dicho es nuestra, sino parte nuestra. Que media un abismo entre ambas expresiones. En Cataluña estoy en mi casa, y con mis paisanos (en mi país, pues), y me da igual la lengua que se hable. Pocas gentes más amigables he conocido que los catalanes quienes, al igual que los portugueses, son un poco difíciles al principio, pero que después, una vez que te los ganas, son para toda la vida. De Cataluña me gusta todo: la gente, la cultura, el idioma (que también es mío, en tanto es una lengua española), la comida (¡soberbia!), monumentos, paisajes, y sobre todo las ganas de trabajar, la iniciativa, la vida que contagian los suyos. Si tengo que elegir entre un catalán y un castellano, las más de las veces pueblerino, tosco y cerril, me quedo con el primero. Cómo te lo diría, mi pana. Sólo hay una cosa en Cataluña con la que no comulgo. Una sola, y sólo una: el FC Barcelona. Nada más. Res menys. Mis colores son otros. Lo siento. Y en este sentido, me acompañan unos cuantos catalanes. Creo.

Entiendo perfectamente a muchos catalanes que se sienten, como mínimo, incomprendidos fuera de su terruño, vilipendiados e insultados por el hecho de hablar una lengua diferente (que, no obstante, repito, es tan española como el castellano). Polacos, les dicen algunos zopencos iletrados. Muy español. Lamentablemente. También a nosotros nos llaman africanos, a veces. Y lo cierto es que se equivocan de medio a medio los godos que así farfullan, pues los canarios estamos sentimental y lingüísticamente más cerca de América latina (América española, siglos atrás) que de cualquier otro sitio. Pero eso ahora da igual.

Esto, naturalmente, no quiere decir que no haya personajes pueblerinos en Catalunya. Hace relativamente poco tiempo, un relevante político local manifestaba en televisión llamarse J.L., ahí y en Pekín. Pues vale, y que le vaya bonito, don J.L. En Portugal, mis amigos me llaman por mi nombre, sí, pero pronunciado a su modo. Y flaco favor me haría a mí mismo exigiendo la pronunciación castellana (o canaria, que también podría) más castiza. Pero claro, estas cosas cada cual las entiende a su manera. Así les luce el pelo a unos y otros. El que nos va quedando. Y el que nos ponemos a nosotros mismos.

Por lo tanto, debe quedar claro lo siguiente. El abajo firmante no reniega en modo alguno de Catalunya i els catalans. No, ni mucho menos. Tan sólo me merecen reprobación algunos periodistas abiertamente culés, convictos y confesos de semejante idolatría, pues entiendo una cosa, y en esto espero comentarios y críticas: el común de los barcelonistas es (a menudo como el común de los colchoneros) más antimadridista que otra cosa. Anteponen su blancofobia al amor por los colores propios. Y bien que se nota, sobre todo en la prensa escrita. Prestos como el que más a lanzarse sobre el rival eterno cuando lo pasa mal, e igualmente proclives a fustigarse a sí mismos y a su entorno cuando el rival (¿enemigo?) les sobrepasa, lo cual no es sino parte de la inexorable ley del fútbol, pendular en su concepción y ejecución. El Real Madrid, parece, representaría la antítesis de Catalunya, personificaría al centralismo feroz, ése mismo que allá por 1714 suprimió los fueros de Catalunya tras el asedio y la toma de Barcelona, que anualmente se conmemora en la Diada.

No, senyors, las cosas han cambiado algo des de Rafael Casanova fins avui. Pero ojo, forofos y antimerengues (que no catalanes, mucho cuidadín). Porque aquí estoy yo. Presto a poner de manifiesto vuestras incoherencias, simplezas y forofadas, nacidas de vaya-usted-a-saber-qué sentimiento, que un higo pico me da. Guardaos de vuestro azote, porque ese azote... soy yo.

He dicho.

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