Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

jueves, 5 de junio de 2008

¡No nos queda nada!

Esta es una expresión muy típica de las islas. Ignoro si también es de uso corriente en el resto del país, pero como sucede con tantas otras en este rincón del Atlántico, debe examinarse y entenderse a la luz de la ironía. Por tanto, no quiere decir que falte poco, sino todo lo contrario.

La cosa viene a cuento de los dos partidos, por llamarlos de alguna manera, que han servido de última preparación a los chicos de Luis Aragonés de cara al inminente inicio de la Eurocopa, y tal. Las impresiones en el conjunto de la prensa (en este caso es la de Madrid la que se hace más eco) no son precisamente muy halagüeñas, visto lo visto. Y no le falta razón a los periodistas. Esta selección ha ofrecido bastante poco de bueno, y deja más dudas que otra cosa. Una sensación de "déja vu" que, no obstante, ofrece también un mínimo resquicio para la esperanza. Pero todo a su tiempo.

La primera sensación que ofrece este equipo es la carencia de juego útil. El tan traído y llevado "tiqui-taca" (osea, juego de toque y pase continuo, principalmente al pie del compañero en lugar de al hueco o al espacio libre) no sirve de mucho tal como se lleva a cabo, pues es lento, previsible, impreciso, y depende en exceso de Xavi Hernández (no obstante lo cual, ha sido el mejor del plantel). Véase si no: dos equipos que no están en la élite mundial precisamente se bastaron para maniatar durante buena parte de los partidos a la línea de construcción española, haciendo casi inútiles los desmarques de los delanteros. Los goles llegaron en golpes de picardía (Villa frente a Perú), jugada individual (Xavi frente a USA ayer), y sólo uno de inverosímil remate in extremis (Capdevila frente a Perú).

Pero hay más. Parece que la intención de los centrocampistas y delanteros españoles es llegar con el balón controlado ante las mismísimas narices de los porteros rivales. Y encima, a través del centro de las líneas enemigas. Con un par. Españoles somos, españoles seremos, siempre. Jugando a héroes de lo imposible, incluso en el fútbol. Trafalgar, o sea. Sólo hay una posibilidad de juego por las bandas, que tiene lugar cuando Sergio Ramos, ignorando las directrices de Luis, se incorpora al ataque. En semejante desbarajuste ofensivo, donde el balón no circula con fluidez y se juega en medio de un bosque de jugadores, propios y ajenos, Xabi Alonso encuentra notables dificultades para comenzar la circulación de balón, Cesc Fábregas se diluye como un azucarillo en un café caliente, y Fernando Torres está más solo y es más inofensivo que el farero de la isla de Lobos (Fuerteventura). Todos ellos necesitan espacios abiertos donde desplegar sus cualidades, que es precisamente lo que obtienen en el fútbol inglés, y no un partido a lo Waterloo, Austerlitz o Marengo. Sobre todo cuando quien se sienta en el banquillo no es precisamente el Gran Corso. Sólo la inspiración de Andrés Iniesta o el ya citado Xavi, así como las galopadas de Sergio Ramos ponen un poco de sal y pimienta en este caldo, tan soso que parece de trucha en vez de cherne.

Si a esto añadimos que muchas veces ocurren imprecisiones en los pases que dejan balones francos al rival para correr como liebres al contraataque, pues ya me dirán. Y recordemos que el primer rival es Rusia, y que la mitad de su equipo procede del reciente campeón de la UEFA, una escuadra que le hizo la cresta de gallo a los siempre prepotentes bávaros del Bayern de Munich, jubilando antes de lo previsto al protopiteco Kahn y dándole matarile a su cohorte de homínidos atapuerquenses (¡qué lástima!). Y que en la final, sin su estrella Pogrebnyak, rompieron la dura cáscara de los escoceses del Rangers, que por esas cosas del antifútbol consiguieron llegar demasiado lejos. Sí: esos chicos con nombres raros que casi nadie conoce, pero que tocan la pelota como los angelitos, dejan atrás al Correcaminos, y cuando golpean son como el acorazado Potemkin. Bum, bum. Justo lo que a nosotros nos falta.

Sí, sí, ya sé: son partidos de preparación, esto no es aún la competición, los rivales no te ponen, vienen a encerrarse y dar patadas, y tal, y tal. Vale. Y a lo mejor me equivoco, porque los españoles somos tan especialmente imprevisibles que de repente gritamos "¡Santiago y cierra España!", "¡Sus y a ellos!", o algo parecido, y les pasamos por encima. A héroes nadie nos gana, eso es verdad. Ese es uno de los resquicios de esperanza que me quedan.

El otro es el escepticismo de la prensa. Por una vez, parece que no se entona de antemano el "¡Yuuuju, ganaremos seguro!". Al menos, eso evitará que nuestro equipo nacional se convierta en la "decepción" en lugar de la selección, como me contaba un amigo mejicano a propósito de su escuadra representativa. Parece que el clima de euforia desmedida y anticipada, tan común en otras ocasiones, se ha apaciguado y que todos estamos a verlas venir. Eso puede ser un factor de presión menos para los jugadores. Sólo espero que se mantenga así después del primer partido, especialmente si, como todos deseamos, España supera el escollo del oso ruso y se lleva su piel como trofeo. Ajolá.

Si no, estaremos en lo de costumbre: sin saber a qué jugamos y cómo. Y con la única esperanza del toque a rebato, para caer como siempre, a nuestro más puro estilo. Cosechando elogios por el pundonor y el pecho descubierto, pero con las manos tan vacías como el espacio interestelar. ¡Y mira que es grande!

He dicho.

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