Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

martes, 3 de febrero de 2009

Crematorio de ilusiones

Por una vez, y quizá sirviendo de precedente, no voy a dedicar tiempo a los tabloides de Barcelona. Ya va siendo hora de ampliar un poco las miras. El tema del post de hoy viene marcado por el aún candente cese de Javier Aguirre como técnico del Atlético de Madrid, después de un inicio de año con muchas más decepciones que alegrías para la parroquia rojiblanca. No es mi propósito ensañarme con los atléticos, pues no suelo guardar hacia ellos profundas animadversiones. Me gustaría que la cosa también funcionase al revés, pero algo semejante sería como pedirle a un cocotero que dé almendras, a un olivo que rinda dátiles o, como todos estamos más acostumbrados a oír, solicitar peras de un olmo. Tan sólo expresar aquí algunos hechos, y alguna que otra pequeña reflexión que, no por conocida, deja de ser menos intrigante.

Los hechos no son difíciles de describir. Pocas veces en la historia reciente del fútbol se ha visto un caso como el del club de la ribera del Manzanares, con un equipo de fútbol capaz de defraudar tantas y tan sonadas veces, una temporada tras otra, las expectativas de su afición. Hay, desde luego, quien supera sus registros negativos. El Inter de Milán, por ejemplo, cosechó en Italia y fuera de ella aún muchos y más importantes fracasos durante décadas (ahora vuelve a ser alguien, eso sí: aprovechando el hueco dejado por los escándalos de la Juve y el envejecimiento de la plantilla del A.C. Milan), con una diferencia: normalmente los neroazzurri no faltaban a la pomada europea, mientras que el Atlético se ha visto abocado incluso al pozo de la segunda división. Pero vamos a lo que vamos.

No hace falta recorrer toda la historia del club colchonero, tan sólo basta con centrarse en lo que han dado de sí las últimas dos décadas, coincidiendo con la llegada de las televisiones privadas al escenario futbolístico y la brutal inyección monetaria que supuso para los clubes de fútbol. Las grandes estrellas balompédicas dejaron, pues, de ser patrimonio exclusivo de los dos de siempre, y la crecida capacidad adquisitiva de los equipos de la primera división convirtió paulatinamente a la competición liguera patria en la más importante del mundo, superando a las ligas inglesa e italiana. Eso también supuso, lógicamente, la presencia de más comensales serios al pastel liguero. Primero el Deportivo de la Coruña, de la mano de los Lendoiro, Bebeto, Mauro Silva, Donato, Fran, y el Bruxo Iglesias en el banquillo. Luego, el Valencia de Mendieta, Piojo López, Cañizares, Pellegrino, Aimar y otros, llevado al éxito sucesivamente por Cúper, Ranieri (que luego ocuparía el banquillo rojiblanco) y Rafa Benítez. Y, más recientemente, el papel de tercero en discordia ha sido brillantísimamente desempeñado por el Sevilla que parieron entre el ínclito Del Nido, el eficacísimo Monchi y el diligente Juande Ramos, y cuyas figuras siguen, en su mayoría, aún en el primer equipo.

Cualquiera de estas tres escuadras ha acumulado en los últimos dos decenios más éxitos que el conjunto atlético, tanto dentro como fuera de España y, lo que es más importante, realizando esfuerzos económicos mucho menos onerosos, aplicando con tino la política del compra barato, vende caro, y sin despilfarrar los recursos brindados por los derechos de televisión, u otros salidos de la fortuna de la familia Gil, cuya procedencia desconozco. El equipo del Manzanares, desde 1990, se ha alzado con una liga y tres copas del Rey, pasando inédito por Europa. Sevilla y Valencia han ganado en este período títulos europeos, además de ligas (sólo Valencia) y Copas del Rey y supercopas (de España y de Europa).

La pléyade de jugadores y entrenadores (más de treinta) que han desfilado por el Vicente Calderón sí que es, en verdad, galáctica, por lo rutilante y por lo extensa a la vez: mérito íntegro de Jesús Gil, quien condenó al club, una vez desmanteladas sus categorías inferiores (de las que salió un tal Raúl, a la postre pesadilla atlética), a ser comprador a perpetuidad (la más sonada excepción, para más INRI, ha sido Fernando Torres, perla canterana y buque insignia, uno de los mejores delanteros del continente... desde que emigró al Liverpool de Benítez). Pero el rendimiento dado a cambio ha resultado ser (no ya sólo en relación a Real Madrid y Barcelona, sino al resto), con perdón del adjetivo, paupérrimo. Quizá no tanto en términos absolutos, pues al fin y al cabo se han logrado varios títulos importantes, sino relativos a la gigantesca inversión realizada (¿de dónde ha salido tantísimo dinero?). Y ojo, no hay que olvidar que los éxitos rojiblancos se remontan a los tiempos del mejor Paulo Futre, de los últimos años de Bernd Schuster, o del mejor momento de jugadores como Kiko Narváez, José Luis Pérez Caminero (una perlita de la cantera merengue), Pantic, Simeone, Abel Resino (ahora llamado a sacar las castañas del fuego) y otros, en el año del doblete con Radomir Antic en el banquillo. Desde entonces, rien de rien.

¿Causas? Ay, si fueran sencillas, no existirían los males atléticos. Me limitaré, pues, a opinar desde mi humildísimo criterio. Y éste me sugiere, a bote pronto, tres explicaciones, en absoluto excluyentes, siendo consciente el arriba firmante de que, con toda seguridad, la realidad será muchísimo más compleja.

La primera es la moral. No hablo de la afición, sobradamente merecedora de matrícula de honor en el aspecto anímico, sino de los futbolistas, que parecen, desde hace años, incapaces de creerse grandes y llamados a hacer cosas importantes. Ranieri, por ejemplo, ya se quejaba airadamente de ello en sus ruedas de prensa, en las que afirmaba que sin c...s no era posible ganar. Y este mal se mantiene, tómese si no esta temporada como ejemplo: arranque espectacular en España y en Europa, aupados por los goles de una delantera temible, de nuevo respetados por todos, y de pronto: ¡pum! las derrotas ante Barcelona y Real Madrid, inapelable la primera, irritante (supongo) la segunda, dejan al equipo groggy. Y así sigue. Sin levantar cabeza, eliminado de la Copa y con los octavos de Champions a la inquietante vuelta de la esquina.

La segunda, el anhelo de resultados inmediatos, la urgencia propia de un club comprador, que tiene la imperiosa (sin segundas intenciones) necesidad de rentabilizar a muy corto plazo los fichajes realizados y el dinero invertido. Paciencia cero, perspectiva cero, no se deja hacer a los entrenadores o a los jugadores. Y sin confianza es muy difícil progresar. Cruyff necesitó dos largos años para convertir al Barcelona en un equipo campeón, pero tuvo a su lado la fe y la confianza inquebrantables de quienes creyeron en su proyecto. Y ahí quedarán sus números de 1990 a 1994, con todas las matizaciones que se les quiera (y pueda) poner. El vasco Aguirre ha sido uno de los técnicos atléticos que han contado con mayor margen de crédito en ese sentido, pero otros apenas han durado semanas en el banquillo o, peor aún, han sido cesados sólo porque la marcha del equipo no era todo lo buena que se esperaba (en esto, y en Madrid, el Atlético no tiene la exclusiva, ciertamente). Sin embargo, y en términos puramente estadísticos, es más que probable que la impaciencia haya truncado más de una buena oportunidad de alcanzar logros acordes con la historia del equipo y con los esfuerzos realizados.

Y por fin, la política de cantera también puede tener su parte de culpa, especialmente la ya comentada decisión de Jesús Gil. ¿Qué habría pasado si Raúl hubiese sido atlético? ¿Habría triunfado como lo ha hecho en el Madrid, o se habría visto forzado a hacer las maletas, como Torres? Se admiten apuestas. Yo me callo. A todo esto, naturalmente, habría que añadir lo que pudo ocurrir a nivel institucional en los tiempos del emblemático y difunto Gil. Eso queda en manos de jueces y letrados, pero sin duda puede tener su parte de culpa para explicar un panorama tan inestable y, a la vez, desestabilizador.

En cualquier caso, y sea como sea, el Atlético de Madrid es lo más parecido que conozco a un insaciable horno crematorio donde se reducen a cenizas, año tras año, las ilusiones y esperanzas de la más fiel, sufrida y sufridora, y por ello meritoria, afición de este país. La hinchada del atleti es la única en España que da verdadero sentido y significado a la palabra FE, con mayúsculas, tal y como proclama Sabina en su nuevo himno (Motivos de un sentimiento), pues siempre está ahí, al lado de los suyos, incondicional, devota, y entregada, pese a lo que pese (que no es poco pesar). Y esa fe, como el Ave Fénix o el Espíritu del Bosque (en Fantasia 2000 y a los acordes de Stravinsky), increíblemente, toma cuerpo cada año a partir de sus propias cenizas. De otra manera, y posiblemente, ni siquiera existiría ya el club. Quizá sea un buen momento para reflexionar, para cuestionarse de verdad, y por encima de intereses particulares, qué demonios está pasando junto al río Manzanares. Por más que ya han habido demasiadas ocasiones para ello.

Lo peor de todo es que los seguidores colchoneros, víctimas de su eterna blancofobia, se han visto obligados a recurrir a ella como principal fuente de satisfacciones, limitados a disfrutar más y mejor con las desdichas del eterno rival capitalino (cuando las ha habido) que con sus propios éxitos. Entiendo que sería mucho más provechoso, y sobre todo útil, canalizar esas energías en el bien propio que en el mal ajeno, por muy odiado y odioso que pueda resultar el oponente, pero no soy yo quién para decirle al prójimo lo que debe hacer con su testosterona y su adrenalina. Que cada cual las emplee como quiera, faltaría más. Eso sí: si algo semejante no es triste de verdad, que venga Dios y lo vea.

He dicho.

4 comentarios:

José Asterio dijo...

Estoy de acuerdo en el 80% de lo que expone en este post. Pero este no es el caso...solo quería contestarle a los últimos comentarios escritos en este post, en el que dice:
“Lo peor de todo es que los seguidores colchoneros, víctimas de su eterna blancofobia, se han visto obligados a recurrir a ella como principal fuente de satisfacciones, limitados a disfrutar más y mejor con las desdichas del eterno rival capitalino (cuando las ha habido) que con sus propios éxitos. Entiendo que sería mucho más provechoso, y sobre todo útil, canalizar esas energías en el bien propio que en el mal ajeno, por muy odiado y odioso que pueda resultar el oponente, pero no soy yo quién para decirle al prójimo lo que debe hacer con su testosterona y su adrenalina. Que cada cual las emplee como quiera, faltaría más. Eso sí: si algo semejante no es triste de verdad, que venga Dios y lo vea.”
No se ha parado usted nunca a pensar, que es muy probable que esa blancofobia a la que se refiere, se deba precisamente a personas como usted (y lo digo con todo el respeto del mundo), las cuales abundan, casualmente, entre los aficionados mandrilistas.
Estos aficionados en la mayoría de los casos se creen el ombligo de mundo (futbolísticamente hablando) y se les nota unos aires de grandeza, que paralelamente llevan consigo un menosprecio al resto de los equipos, es por ello, que si bien, más de media España ama a ese equipo, la otra España, lo odia (no solo los aficionados Atléticos). Yo por lo menos no conozco a nadie, que no sea del Real Mandril, pero te diga eso de…”yo no soy del Mandril…pero es un equipo que me cae simpático”…y si existe alguien así, que me los presenten. Esto se trata de una opinión personal y no un hecho, ya que no tengo datos estadísticos para contrastarlo.
Claro está que esa blancofobia se agudiza en el caso de los aficionados atléticos, pero pienso que se trata un tema de proximidad geográfica.
En mi caso, como usted bien sabe, no se trata de un tema de proximidad geográfica. En mi caso es diferente…todavía recuerdo como si fuera ayer, un partido R. Mandril-Atlético, con el Señor, por decir algo, Paco Buyo, dando vueltas de dolor por todo el campo, por una “supuesta” patada de Futre, al borde del área, cuando no llegó ni a rozarlo, con la consiguiente expulsión del bravo extremo Atlético y como no recordar, los grandes arbitrajes (y lo digo de manera irónica) del tal Martín Navarrete, que cada vez que nos cogía con el Mandríl enfrente nos hacía un ocho…Como verá lo mío se trata de un tema personal.

WhiteKnight dijo...

¿Personas como yo? ¿Cuál es mi pecado, ser madridista? ¡Jesús me ampare! ¿Ombligo del mundo? Dios me libre de algo así, tan sólo me permito (y me limito a) expresar mi opinión, aceptando todas las críticas del mundo, a ser posible basadas en argumentos, más que en sentimientos. Puedo entender las causas de los rencores (como las expuestas en el comentario; por cierto: muchas gracias), y quizá las entendería mejor si viviese en Madrid, que no es el caso. Pero sigo pensando en contentarse con los males ajenos es una pérdida de energías, y eso no es lo que el Atlético más necesita. Y menos aún ahora. Mis mejores deseos para Abel Resino, espero que no se convierta en una víctima más de amor a sus colores.

WhiteKnight dijo...

Lo diré de otra manera: creo que sería erróneo pensar que el principal mal del Atlético es el Real Madrid. Tiene otros mucho mayores, y los tiene dentro, en su propia casa. Por eso creo que es más útil ocuparse de los males propios que no de los supuestos males que vienen de fuera. Pero como ya digo, cada cual es cada cual.

José Asterio dijo...

¿Para cuando el post dedicado al "gran" director deportivo Pedja Mijatovich?...