Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

jueves, 24 de junio de 2010

Si ves arder las barbas del vecino...

Este campeonato del mundo de fútbol no va a pasar a la historia (o al menos así parece de momento) por la brillantez pasmosa del fútbol practicado por las selecciones participantes. Por ahora, sólo la Alemania más mestiza de la historia (que incluye en sus filas a futbolistas de origen brasileño, tunecino, español, ghanés, polaco y turco) ha dejado buenas sensaciones de juego. Eso sí, frente a un rival teóricamente muy inferior. Luego, ha tenido que tirar de casta y oficio. Y por otro lado, tenemos a la Argentina de Maradona que, sin tener un equipo muy compensado asusta al más pintado con los nombres que conforman su temible ataque. Uruguay ha hecho una primera fase práctica y limpia, mostrando oficio y buenas maneras, lo mismo que México o Estados Unidos, que confirma las buenas sensaciones que dejó el año pasado en la ConfeCup.

Pero en el otro lado... ¡Ay! Aquellos que iban de gallitos están perdiendo las plumas. Cuando no las plumas, la cresta y el pico, como ha sucedido con la selección francesa (cuyo emblema es, irónica y precisamente, un gallo) en medio de un papelón digno del más enrevesado y truculento culebrón venezolano, y que ha obligado al mismísimo Sarkozy a tomar cartas en el asunto. La Inglaterra capelliana, obedeciendo sumisamente las pautas de su entrenador, está llevando hasta el límite el juego práctico que siempre acompañó a los equipos del ilustre técnico de Gorizia, experto como nadie en sacar mucho de poco. De poco fútbol, se entiende. Si no meto más el dedo en la llaga es porque la experiencia ha demostrado (sobradamente además) que no se debe nunca menospreciar la labor de un técnico como Fabio, que conoce como nadie el arte de ganar. Feo, sí. A la italiana, completamente. Pero ganar, que es lo único que cuenta al final.

Y las campanadas no han acabado aún. En nombrando a los reyes de Roma, es decir, a los azzurri, hete aquí que también se han quedado compuestos y sin mundial, abandonados por esa fortuna, suerte o (en plata), potra que casi siempre había sido su más fiel compañera de viaje desde que en el mundial de 1982 pasaron la fase de liguilla con tres empates y apenas uno o dos goles en el saco. Luego, llegado el momento de la verdad, se cepillaron a Brasil y a Argentina como quien se come una aceituna y un maní, e hicieron lo propio con Polonia y la blindada Alemania en la final. Esta vez, el presidente Giorgio Napolitano no podrá emular a aquel simpático Sandro Pertini que, con ochenta y seis años a cuestas, saltaba en el palco del Bernabéu como un tifosi más, abrazando al rey de España cual compinche del bar de la esquina.

Quizá no sea casualidad que Italia y Francia (es decir, las todavía campeona y subcampeona mundiales) se hayan quedado en la cuneta. Ambas cuentan entre sus filas con ilustres veteranos que están a un paso, o quizá menos, de colgar las botas. Están necesitadas de sendos y urgentes relevos generacionales y, según parece, de que entre aire fresco en sus banquillos. Italia al menos ha sido fiel a su estilo de siempre, sólo que esta vez, tal y como cantaba Rafa Sánchez al frente de La Unión, la fortuna se ha reído de ellos. Lo de Francia parece menos justificable, y sólo puedo pensar en la carencia de un auténtico líder fuera de serie como hace cuatro años fue Zinedine Zidane. Sí, ése al que los nuestros iban a jubilar, según el MARCA.

Pero, después de todo, transalpinos y galos no me inquietan. Son países perros viejos en esto del fútbol, y no me cabe la menor duda de que antes o después saldrán adelante de nuevo. Ahora me preocupan un poco más los nuestros, La Roja. Esa selección que después de haber hecho una fase de clasificación inmaculada se está encontrando ahora con una auténtica guerra de trincheras, en la que sólo el poder artillero cuenta. Mañana nos esperan los bravos araucanos de Marcelo Bielsa (un hombre humilde y a la vez sabio como pocos), mordiendo el cuchillo entre los dientes, dispuestos a sajar, correr, sudar. Y frente a equipos peleones y amantes del pressing-catch, los nuestros han sabido hacer buena su mejor arma: el toque rápido y preciso de balón, hacer correr inútilmente al adversario, marearle y agotarle como el perrito que corre tras su rabo, y de súbito... ¡zas! Zarpazo a la yugular, y la sangría termina por agotar al rival hasta dejarle exangüe, sin resuello, y rendido.

¿Serán capaces los chicos de Del Bosque de recordar lo que saben hacer? ¿Serán fieles a su estilo? ¿Podrán jugar libres de presión externa, una vez perdido el cartel de favoritos? ¿Harán correr a los chilenos, desgastándoles hasta darles el golpe de gracia? ¿O caerán víctimas de su propia necesidad y de la necedad del entorno que durante semanas les ha hecho creer (el trágico error de siempre) que este iba a ser su mundial? La incógnita está servida. Eso sí: el fracaso ante Suiza y el espejismo (¿quién dijo buen partido?) frente a Honduras no invitan precisamente al optimismo. Chile está demostrando ser la escuadra más sólida de este grupo, aunque sólo haya resuelto sus encuentros por la mínima. Cuidadín, cuidadín...

Por lo pronto, y tal día como hoy (San Juan) puedo ver hogueras ardiendo sobre los antaño poblados semblantes de franceses e italianos. Más les vale a los nuestros atarse los machos, porque ya se sabe: cuando las barbas del vecino veas arder...

Suerte, campeones.

He dicho.

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