Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

jueves, 7 de abril de 2011

¡A la Final Four!

El año 1995 supuso un cambio fundamental en mi vida. Un cambio que acarreó otros más o menos consecutivos a lo largo del año siguiente. Al verlos ahora con la perspectiva y la serenidad que dan los años a medida que transcurren, entiendo que fueron todos buenos, por más que algunos fuesen especialmente dolorosos. Pero siempre necesarios. El crecimiento en la vida es así: agridulce.

Pero estábamos en el año 1995. Pues bien, esa misma primavera el Real Madrid alzó por última vez en su historia la Copa de Europa de baloncesto, de la mano de dos gigantes como Arvydas Sabonis y Joe Arlauckas, y con el brujo Zeljko Obradovic al timón de la nave blanca que tripulaban entre otros Antonio Martín, José Miguel Antúnez, Pep Cargol, Chechu Biriukov, Isma Santos, José Lasa, y Xavi García Coll Queda tan atrás que casi ni puedo recordarlo. Menos mal que la web siempre es una ayuda cuando se trata de refrescar la memoria.

Hoy, dieciséis años después (ahí es nada), el club de Concha Espina vuelve a intentar el asalto al máximo galardón europeo. Y lo ha hecho derrotando con sangre, sudor y lágrimas a un Power Electronics Valencia que ha vendido su piel carísima: un rival duro, duro, duro de verdad. Honor a ellos, y grande, pues de sobra han merecido un lugar en el evento.

La tarea, desde luego, no va a ser en modo alguno sencilla: casi me atrevería a decir que el Real Madrid parte como la cenicienta del cuarteto frente a las temibles escuadras rivales. Obradovic acude de nuevo a la cita, pero al mando de un acorazado heleno llamado Panathinaikos que ha dejado en la cuneta al vigente campeón FC Barcelona después de hacer la machada de recuperar el factor cancha ganando en el Palau. El Maccabi de Tel Aviv es siempre un rival capaz de poner en aprietos al más pintado y, si encuentra algún resquicio de debilidad, pasarle por encima, como ha hecho con los vitorianos del Caja Laboral. Y completa el cuarteto el Montepaschi Siena donde militan algunos ilustres ex madridistas con ganas de revancha como Marko Jaric o Rimantas Kaukenas. Frente a este potente arsenal, el Madrid opone un equipo joven y quizá por ello bisoño en cuanto a grandes citas como ésta. Un equipo que ha sufrido muchos altibajos a lo largo de la temporada, incluyendo la dimisión del técnico anterior, el laureado Ettore Messina. Pero partir como cenicienta tiene una innegable ventaja: jugar como tapado, la otra cara de la moneda. De todos modos, ocurra lo que ocurra el trabajo está hecho y hay motivos para considerar esta clasificación como un monumental éxito de una sección que ha visto peligrar su existencia demasiadas veces en estos últimos lustros.

Un último factor a considerar, algo de lo que casi nadie se ha acordado hasta ahora. La final se jugará en Barcelona, en el Palau, corazón y sede del máximo rival. Y es más que probable que la ausencia de morbo haya ayudado también lo suyo en esta ocasión. Nadie en la prensa escrita o hablada ha tenido en cuenta la sede de la final hasta el momento mismo de lograr la clasificación. Qué diferencia con lo ocurrido el año pasado en la Champions de fútbol, cuando todo el universo culé (jaleado por el fundamentalismo pseudoperiodístico de Barcelona) se relamía pensando que Carles Pujol levantaría sí o sí la Orejona en el templo del máximo rival y las huestes azulgranas darían la vuelta de honor, hollando con sus botas el césped del Madrid. Esta es sin duda una fantástica ocasión de comprobar eso tan traído y llevado del apoyo a los equipos españoles, pero no espero algo semejante del público de Barcelona que, supongo, será una adversidad más contra la que luchar. Ni seny ni sant seny.

Ojalá me equivoque. En cualquier caso, suerte, muchachos. Habéis hecho algo muy, muy grande. Y eso ya no puede borrarlo nadie.

He dicho.


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