Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

lunes, 22 de noviembre de 2010

Un momento en la mente de Pepelu

El veterano columnista pasó su mano por la frente sudorosa: no sabía qué hacer. Su inspiración, otrora presta y aguda le había abandonado, o eso parecía. Demasiada tensión, sí, ese debía de ser el motivo. No era tarea sencilla rellenar un espacio todas las semanas con críticas hacia el Madrid, pero esa era la razón, su razón de ser, su más importante y crucial cometido, su principal leitmotif para existir, su particular cruzada. Durante meses, se había sentido embutido en la armadura de Godofredo de Bouillon, repatiendo mandobles a diestro y siniestro en nombre de la verdadera fe, destrozando testuces y brazos del enemigo. ¡Pep lo quiere! había gritado siempre en tales ocasiones, pero ya no era el caso. Por último, hasta ganaban convenciendo y todo, los muy infieles hijos de..., así que no había punto de comparación con el año anterior. ¡Ah, la época de Pellegrini, aquello sí que daba gloria!¡Alcorconazos y patinazos variopintos, qué diferencia, qué tiempos! Entonces era muy sencillo ganarse los garbanzos, la escritura fluía como el agua de un torrente, el verbo era inmediato como el canto de una ave, pero ahora... ¡maldita la estampa de aquel demonio portugués!

¿Cómo empezar?, se preguntaba una y otra vez. Su mente bullía nerviosa mientras sus dedos repiqueteaban impacientes sobre el teclado sin acertar a escribir una sola sílaba. El jefazo esperaba algo, lo que fuese, pero no podía aparecer frente él con las manos vacías, eso supondría un desastre, una verdadera hecatombe. Su sólido prestigio, duramente ganado durante décadas de fina agudeza, verbo sutil y ágil ironía, estaba en entredicho: debía producir una buena columna, y urgentemente. Recordaba a su director dándole una palmadita en el hombro: tú puedes, Pepe, hazlo como tú sabes, dales caña y todo eso. Sí, pero la musa se había esfumado y eso le atormentaba. Echóse un trago de agua, mientras el sudor perlaba su frente. Debo empezar, y no sé cómo. ¿Quedará algún cabello a salvo de las nieves del tiempo? Porque ya era bastante doloroso tener el pelo teñido de blanco por el inexorable transcurrir del tiempo. Sí, aquello era lo más duro.

Una chispa de inspiración acudió rauda a su mente: la prensa rival, eso es. Allí debía estar el principal motivo de inspiración, que a falta de pan buenas eran... ¿ensaimadas, quizá? Definitivamente, se estaba haciendo viejo. Pero tecleó con tino las palabras adecuadas y una imagen se dibujó en la pantalla, una imagen familiar, la había visto en alguna parte: ¿cómo se llamaba aquel pintor? Sí, porque rimaba con... sí, debía de ser ése, fijo. Poco a poco, su única neurona comenzó a funcionar y a enviar impulsos al primitivo cerebro. Menuda, oye, pintan al portugués en plan mártir y todo, ssssssí... Como si le fusilaran los cartagineses ante las puertas de La Coruña en plena guerra del 36, mismamente. Y rápidamente, veloz como el rayo, la inspiración que le había hurtado sus favores acudió presta a su llamada. ¡Ya estaba!

Sabía lo que debía escribir, pero la cuestión era... era... era... ea, ea, ea... ¡Pues claro! Eso mismo: ¡Ea, ea, ea! Qué mejor manera de empezar, igual daba que hubiese empleado la misma fórmula una, dos, o las veces que fuera necesario: el jefe lo entendería, le gustaba y eso era más que suficiente. Ea, ea, ea..., ¿qué? ¿El Madrid? No, no, no, no... Ya lo había usado antes, o eso le parecía por el zumbido en la oreja peluda. Se rascó. ¿Florentino? Tampoco, algo le decía que eso ya había sido empleado antes. ¡Mecachis!, clamó irritado para sus adentros, ¿tendré que pensar de nuevo? Con lo que me cuesta...

Florentino, no, el Madrid tampoco, los fantasmas... qué va, demasiado visto. La caverna... no, tampoco. ¡Aaaaah, sí! El madridismo, ésa era la respuesta que tanto le costaba evocar. Lo demás ya lo habían leído en alguna parte pero aquello era totalmente nuevo: Ea, ea, ea, el madridismo se cabrea, ¡qué genialidad!¡Qué talento el suyo! Claro: como el periódico con la imagen del portugués era de Madrid, pues era cosa del madridismo, fíjate tú. Y después de todo, estaba en los periódicos. ¿Cómo no se le habría ocurrido antes? Definitivamente, perdía facultades a pasos agigantados.

Lo difícil era el comienzo, pero el resto quedó a cargo de su verbo agraciado por los dioses de la literatura periodística. Ahí va, jefe, se dijo a sí mismo mientras enviaba su columna recién redactada al correo de su director... ¿cómo coñe se llamaba? Daba igual, lo importante era el dinerito a fin de mes, el restaurante de siempre y el Vega Sicilia a punto. Lo demás importaba bien poco. Se pasó la lengua por los labios. Misión cumplida: libertad, concupiscencia y antimadridismo, o algo así, que decía aquel francés, Montepalomieu, o como fuese.

He dicho.

2 comentarios:

Loly Díaz dijo...

Gran maestría en la redacción de este post... Enhorabuena a su autor!

WhiteKnight dijo...

Muchas gracias.