Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

jueves, 8 de julio de 2010

¿Una pica en Flandes?

Lo de anoche fue un subidón. Tremendo, o bárbaro, como diría un argentino. Sublime, celestial, increíble. Después de la tensión de noventa minutos y el descargue por el gol de casta y poderío de Carles Puyol, creo que experimenté una de las mayores dosis de endorfinas que mi cuerpo haya podido recibir. Flotaba en una nube, mientras en el chicharrero barrio de El Toscal (vi el encuentro en casa de un viejo amigo) las bocinas y los cohetes sonaban alocados aquí y allí. Y me repetía a mí mismo "no me lo creo, no me lo creo", a modo de mantra futbolístico. Supongo que la sensación de dulce y feliz incredulidad fue compartida por muchos que, como el que suscribe, no creían que España iba a someter de nuevo a la orgullosa escuadra teutona, y sobre todo con tanta autoridad.

Porque nuestra selección, ésa que ocurra lo que ocurra el domingo ya ha inscrito su nombre con letras de oro en la historia del fútbol mundial, dominó el partido casi desde principio a fin. Por primera vez en lo que va de Mundial se encontró delante de un equipo que no jugó a destruir porque sí, y que dejó a los nuestros tocar la pelota, jugar a lo que saben. Tácticamente (y esto no es más que la opinión de un simple aficionado), me pareció ver que la consigna que Joachim Löw había impartido a los suyos fue impedir a toda costa que los españoles pudiesen dar pases al hueco por el centro de la defensa, desviando el ataque de la Roja hacia las bandas, donde lo que no pudiesen resolver Lahm (muy buen partido el suyo) y Boateng, oportunamente asistidos, lo achicarían sin problema las torres centrales: Mertesäcker y Friedrich. Dos de los germanopolacos y el germanotunecino (Trochowski, Podolski y Khedira) deberían tapar huecos en defensa, así como intentar robar el balón para que, eventualmente Schweinsteiger, Özil y Klose (el polaco restante) pudieran armar contragolpes letales, como ya sucediera frente a la descabezada Argentina maradoniana. Sólo pondría una objeción a este planteamiento: creo que Alemania tiene mimbres más que suficientes como para no plantear un partido a la defensiva y al contragolpe. Por buenos resultados que ello le reportase frente a Inglaterra y Argentina, esta vez no tenían los alemanes frente a sí a una escuadra descompensada o mal ubicada en el centro del terreno, sino a una de las mejores CPUs futbolísticas del panorama mundial: Busquets, barriendo de un lado a otro y dando con grandísimo tino el primer pase; Xabi y Xavi repartiendo en largo y en corto respectivamente, con matemática precisión. Y más adelante, la revolución: tres corretones bajitos (otra genialidad de Del Bosque: el desinquieto Pedrito por el más estático Torres) moviéndose en medio de la División Panzer y aguijoneando aquí y allá, esperando pacientemente la combinación letal, apoyados por los dos laterales (grandísimo, inmenso campeonato el de Ramos y Capdevila). Si le cedían el control de la pelota, los germanos lo iban a tener crudo. Sólo se me ocurre una explicación: respeto, y no sé si aderezado con algo de miedo.

Pero el fútbol a veces te sorprende con circunstancias inéditas, tanto que parecen inexplicables. Porque inexplicable es que España, cuya mayor virtud no son precisamente las jugadas a balón parado (y no digamos ya los saques de esquina), le gane la partida por alto a las torres germanas en su propia área. El gol de Puyol pasará a la historia, al mismo nivel que el testarazo de Maceda que hace veintiséis largos años nos puso en la final de la Euro, pero con una diferencia. Si entonces España aguantó estoicamente el vendaval alemán, esta vez fueron los germanos quienes tuvieron que abrir el paraguas. Tan sólo al final, a contrarreloj, y fiándolo todo a un posible lío en el área rival (Mario Gómez mediante) se les vio encorajinados y lanzados al ataque. Pero ya era un poco tarde, quizás.

El domingo nos espera Holanda, esa selección en el pasado tan maltratada por las circunstancias frente a equipos que no demostraron ser, en esencia, mucho mejores que los Rep, Cruyff, Neeskens, Krol, Rensenbrink y los hermanos Van de Kerkhof, entre otros. Suceda lo que suceda, los nuestros han hecho historia de la grande, de la de verdad. De la mano de Del Bosque y Toni Grande han llegado más lejos que nadie en el pasado, y se merecen sobradamente el reconocimiento de la afición. Tan sólo me resta recordar lo que todos sabemos (o deberíamos saber) ya: esto no está hecho, y delante nos espera una selección que, a lo tonto y a la sordina, lleva más de veinte partidos consecutivos ganados, que ha dejado en la cuneta a los siempre favoritos brasileiros (tras remontarles un gol en contra, algo poco visto en este mundial) y que tiene sus baluartes en viejos y buenos conocidos de la afición española: Van Bronckhorst, Heitinga, Van Bommel, Huntelaar, Van der Waart y sus dos armas letales, Robben y Sneijder. El peor enemigo de España, empero, no son los Oranjes, sino España misma, la euforia anticipada y ese deporte al que somos, tristemente, tan aficionados: desollar al oso antes de haberlo matado.

No os lo creáis todavía, aún queda un durísimo trabajo por hacer. Suerte, campeones.

He dicho.

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