Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

lunes, 12 de julio de 2010

Al rey, señor de España, rendí siempre honor...

Así reza el himno holandés, estrofas salidas de la mano y puestas en boca del príncipe de Oranje, Guillermo de Nassau. Y tal día como hoy, Holanda nos rinde honores. España acaba de culminar una proeza, una gesta histórica e irrepetible. Puede (ojalá) que nuestro combinado nacional llegue a ganar otra Euro u otro mundial, pero desde luego ninguna noche será jamás como ésta. La noche del 11 de julio de 2010 es, por derecho propio, la noche más grande de nuestro fútbol. Ningún otro éxito de nuestro deporte rey (y los ha habido grandes) iguala a éste, nada ha sido ni es más grande. Merece la pena haber vivido para ver esto, para sentir la calle explotar de júbilo, para oír los gritos de alegría y alborozo, para ver más banderas españolas que nunca, para ingresar (y ya era hora) en el selecto club de los equipos nacionales que han alzado la copa de campeones. Ya son ocho. Tres americanos, cinco europeos. Faltaba una pieza, faltábamos nosotros, faltaba España. Ya no. Dos muescas teníamos en el revólver: la olímpica y la europea, ya tenemos la que faltaba, la más grande y rutilante, la joya de la corona.
¿El partido? ¡Qué contar! Mucha dureza por parte del rival, que intentó destruir el juego español y jugárselo todo a un lance de contraataque o, como mal menor, a la lotería de los penalties. Como sucediera con Cardozo o Roque Santa Cruz en cuartos, o Kroos en semifinales, Robben tuvo su oportunidad. Y como sucediera con ellos, Casillas se interpuso en su camino, frustrando así su cita con la gloria... y abriendo el camino de nuestra propia cita con la diosa fortuna. Para la anécdota quedará el pésimo arbitraje de Howard Webb, demasiado permisivo con la leña repartida por los holandeses. Tanto que, lo reconozco, por un momento clamé por la resurrección del Duque de Alba, de Alejandro Farnesio, de Juan de Austria, Luis de Requesens o Ambosio Spinola, hasta del mismísimo Diego Alatriste, ¡Vive Dios! De Marc Van Bommel se esperaba algo así: es su oficio. Pero no tanto de De Jong, Heitinga o del propio Sneijder. Al final, ganó aquél que fue más fiel a su estilo, al que siguió con su idea, con su filosofía de fútbol hasta el final. Como el Séptimo de caballería: al cántico de Garry Owen, puro y duro.
Este es el fin de muchos fantasmas históricos. Atrás quedan Jean-Marie Pfaff y sus penalties parados a los nuestros, Mikhailovic y sus letales libres directos, Tassotti y su sucio codazo a Luis Enrique, los cánticos de Zubizarreta ante los zambombazos de las águiles verdes nigerianas, los correosos surcoreanos o los quiebros de Zidane para matarnos del disgusto. Descansa en paz, Gamal Al-Ghandour, tu deseo se ha cumplido: España ya es campeona del mundo y nos olvidamos de ti y de tu pérfido silbato. Quedaos tranquilos, Cardeñosa y Julio Salinas, vuestros goles que pudieron ser y no fueron ya son, definitivamente, cosa del pasado. Por dos veces en las últimas grandes citas hemos barrido para siempre la barrera psicológica de los cuartos de final. Todo eso, como las lágrimas de Morientes, ya es historia.
Tan sólo una cosa más: aunque hoy no hiciesen su mejor y más brillante partido, es obvio que el fútbol tiene una deuda enorme, gigantesca, con los holandeses. Tres finales frustradas son muchas, y duelen. Aunque no les conozca personalmente, puedo ponerme en la piel de los Sneijder, Robben, Van der Waart, De Jong, Heitinga, de Wilde, Huntelaar y compañía, así como de su entrenador, Bert Van Maarwijk. Han merecido el mundial tanto como nosotros. Algún día el fútbol les hará justicia, a ellos y a los brillantes genios de la Oranje que dejaron imágenes inmortales en la retina de los buenos aficionados al deporte rey. Sólo espero y deseo que cuando llegue ese día, aún esté yo vivo para contemplarlo y, desde luego, que no sea contra nosotros.
Cuatro siglos más tarde, España ha puesto una buena Pica en Flandes.
Gracias, CAMPEONES. ¡Viva España!
He dicho.
(P.D.: Y gracias, Suiza: el favor ha sido impagable de verdad).

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