Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

martes, 6 de octubre de 2009

Ya empezamos...

No bien siguen aún calientes los rescoldos de la primera derrota madridista en competición oficial, la caja de los truenos ha sido abierta de nuevo. A un lado y a otro. Y lo peor es que lo ha sido sin razón alguna, sacando las cosas de madre, de quicio y de lugar. Perder en Sevilla es algo que entra dentro de lo comprensible y de lo esperable. Razones no faltan. El hispalense es un equipo muy bien armado y conjuntado, que salvo contadas excepciones ha mantenido más o menos constante su armazón, de modo que sus jugadores se conocen casi al dedillo, están maravillosamente acoplados y juegan casi de memoria. Si a eso añadimos que cuentan con una excelente condición física y que su delantera es una de las más letales del panorama futbolístico europeo actual, no hay que darle muchas vueltas para entender que pueden ganar a cualquier equipo que se les ponga delante. Eso sí: han atravesado un serio bache después de la trágica muerte de Antonio Puerta y los primeros y titubeantes meses de Manolo Jiménez en el banquillo. Más aún, dieron una pobre impresión en el arranque liguero, superados con todas las de la ley por el Valencia. A partir de ahí, no han hecho sino ganar y convencer.

Frente a esta máquina de hacer fútbol, se presenta un Madrid aún en construcción, que aún está intentando asimilar los métodos y esquemas que su entrenador pretende introducir en el equipo, a la búsqueda de su estilo de juego, y aprendiendo poco a poco a jugar en todos los sentidos. Y también, pese a todos los pesares, con numerosas carencias y lagunas, aún por corregir. Por ejemplo, insisto en la ausencia manifiesta de un lateral izquierdo capaz de defender: Roberto Carlos era mucho mejor atacante que defensor, y Marcelo es básicamente igual, sólo que su condición física es muy inferior a la de su prodigioso predecesor, lo que acentúa sus carencias para tapar a carrileros rápidos y vigorosos (frente a él, una mayoría). El otrora denostado Juande Ramos supo ver esta realidad, y adelantó al brasileño de posición, generalmente con buenos resultados, al aprovechar sus virtudes ofensivas y aliviar su, por otra parte casi nulo, aporte defensivo. Después del traspaso de Robben, el Madrid se ha quedado con CR9 como único jugador con capacidad clara de desborde por banda, siendo además su máximo goleador. Queda también la asignatura pendiente de Raúl, al que Pellegrini no se atreve a sentar en el banquillo con carácter más permanente. Y por último, hay un claro desacoplamiento de los creadores de juego (Lass, Xabi Alonso, Granero y Guti no terminan de encajar unos con otros). Por no mencionar los recurrentes errores de marca en las jugadas a balón parado.

Pero el Madrid, con todo, saca partidos adelante con rotunda pegada. Tiene jugadores excepcionales, que aún están por dar su mejor rendimiento. No manda en los partidos, pero los gana, y con marcadores contundentes. Es obvio que pretender que este equipo juegue de buenas a primeras como si interpretase la novena sinfonía de Beethoven es mucho pedir, peor aún, es pedir demasiado. Y la prensa de Madrid ya se ha puesto manos a la obra a criticar a Pellegrini cuando aún se llevan disputadas seis jornadas ligueras en las que el equipo, pese a sus inconvenientes, ha sacado adelante un inicio de temporada bastante más convincente que el del año pasado. Claro que los córvidos del Principado tampoco se han quedado calladitos, en especial sus más forofos e irredentos representantes, ahora convertidos en zahoríes futboleros (No, si ya lo decía yo...). No se puede esperar más de tan escasas mentes y de tan manoseados plumeros. Que no plumas.

La sombra del triplete culé es alargada, como bien apunta Perarnau. Y es un error tan garrafal como trágico ponerse a crucificar al técnico chileno, pues en la construcción de este equipo hace falta aún recorrer un largo camino, una trayectoria que no va a ser nada fácil. No hace falta echar la vista muy atrás y recordar como a un tal Frank Rijkaard estuvieron en un tris de echarle a los leones tras un primer trimestre decepcionante en el banquillo del Barça. De haberlo hecho, probablemente hoy los aficionados culés tendrían una Champions y dos ligas menos. Paciencia, paciencia, paciencia. Es el ingrediente necesario para poder llevar a cabo una labor profesional en el Real Madrid. En caso contrario, si el ingrediente básico falla, si el aficionado merengue se echa ciegamente en los brazos de los gurús mediáticos de la capital y exige sin razón alguna lo que no es razonable (excelencia futbolística ¡YA!), entonces la Casa Blanca terminará por convertirse en otro horno crematorio donde arderán como la yesca millones de ilusiones, el trabajo de docenas de técnicos del más variopinto corte, equipos de jugadores enteros y cientos de millones de euros. Y digo "otro", porque del primero ya he tenido ocasión de hablar. Todo ello por ignorar una verdad palmaria como pocas: que una fantástica colección de jugadores no hace a un buen equipo, y eso en Concha Espina lo saben muy, pero que muy bien.

Y en cuanto a la prensa madrileña, también tengo cada día las cosas un poco más claras: no buscan en modo alguno echar una mano (estrictamente hablando, no tienen por qué hacerlo, pero no es de recibo que se dediquen a meter palitos entre las ruedas), sino sólo hacer astillas para alimentar su propio fuego, el que alimenta la Encuesta General de Medios año tras año, y en el que esperan sacar la mejor tajada posible a costa de la estupidez visceral de aquéllos entre sus lectores que se creen a pies juntillas todo cuanto publican en sus páginas. Cuando su mensaje va dirigido a una afición tan exquisitamente resultadista, impaciente e incomprensiva como la del club merengue, es como regar un terreno fértil: no hace falta abonar para que crezcan las malas hierbas.

¡Paciencia, por Dios! Esto no ha hecho más que empezar.

He dicho.

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