Ni siquiera la muerte podrá separarnos ...

domingo, 24 de enero de 2010

Adiós a un señor futbolista

Rutgerius Johannes Martinjus Van Nistelrooy se ha ganado a pulso un lugar escrito con letras de oro en la historia del Real Madrid. No es ni de lejos el extranjero que ha disputado más partidos con la elástica merengue, ni el que más ni mejores goles ha marcado para el club de Concha Espina, pero se lo ha ganado. Llegó de la mano de Ramón Calderón y Pedja Mijatovic procedente del ManU, donde se había ganado justa fama como implacable killer del área. Y por cierto, ganándole la partida a los del Bayern de Munich, quienes también ansiaban hacerse con él. Sus credenciales: fuerte, anticipador, rápido y certero, con el físico perfecto para lidiar con rivales bien armados y buena visión de juego. Quizá no muy habilidoso con los pies, pero soberbio rematador por alto, algo que se echaba mucho en falta en el Real Madrid. Se comentaba, eso sí, que su fichaje podría ser rentable por un año a lo sumo, dado que en el momento de su llegada a la piel de toro contaba treinta años recién cumplidos. Y tampoco estaba muy claro hasta qué punto podría llegar a ser productiva su participación, pues en aquellos tiempos el otrora formidable Ronaldo Nazario seguía siendo el '9' blanco.

No eran tiempos para la lírica en la Casa Blanca: el Barça de Rijkaard, Eto'o y Ronaldinho se paseaba por España y Europa, las elecciones presidenciales en el Madrid estaban bajo sospecha de pucherazo, y aterrizaba en Madrid Fabio Capello para afrontar la misión de reflote de un equipo que veía hundirse los restos del primer mandato florentiniano en medio del estrépito y de la huida de su creador. Era un momento de transición, y sin muchos visos de éxito en el horizonte, con un máximo rival crecido y amedrentador. Los comienzos del holandés no fueron fáciles, pues él y Ronaldo no eran compatibles en el ataque, y Capello tenía a veces que optar entre uno y otro. Pero los momentos dorados del brasileño tocaban a su fin, y Ruud iba a lo suyo: marcar goles. Al principio con cierta irregularidad, más acertado fuera que en casa, incluyendo un memorable póker en el Reyno ante Osasuna. Nunca se le oyó una protesta cuando hubo de ser relegado al banquillo, jamás un gesto reprobable ante sus compañeros o sus rivales. No se le recuerda una frase altisonante, una salida de tono, nada. Cien por cien profesional.

En el invierno de 2007 llegaron al Real Madrid tres jóvenes promesas de Iberoamérica: Marcelo, Gago y el Pipita Higuaín, al tiempo que Ronaldo hacía las maletas rumbo al Milán (auténtico lugar de exilio dorado para jugadores de la liga española venidos a menos). El Barça aventajaba en cinco puntos a los merengues, cuyo juego a Capella despertaba críticas sulfúricas en la prensa de Madrid y chanzas despectivas en los tabloides del Principado, y todo parecía indicar que los blaugranas darían el golpe de gracia en su estadio recibiendo a un Madrid que, una vez más, aparecía como víctima propiciatoria.

Y ahí apareció de nuevo el gran Ruud. Matador, gigante, resolutivo e implacable, para azotar a los culés y dejarles su sello en la frente por dos veces. Lo demás fue la lenta remontada que encontró al holandés como protagonista en momentos memorables: alzando al público la camiseta de Higuaín tras su gol agónico ante el Espanyol del rifle Pandiani, machacando al Sevilla en el Bernabéu, clavando un golazo de volea ante el Valencia después de una jugada de tiralíneas, o perforando la meta del Zaragoza en el decisivo minuto del Tamudazo en el Camp Nou. No pudo aportar nada en el momento definitivo ante el Mallorca, pues cayó lesionado a las primeras de cambio. Pero en aquellos momentos no importaba ya: Higuaín, Diarrá y Reyes remataron la faena por él. Así y todo, cosechó un fruto importante para cualquier jugador: el Pichichi, gracias a sus 25 dianas. Y con ello, entraba en el selecto club de jugadores máximos goleadores en tres campeonatos de otros tantos países.

Durante la temporada siguiente, su aportación fue más modesta por las lesiones que ya comenzaron a cebarse en él. Afortunadamente, el proyecto de Schuster demostró ser más sólido que el de Capello y el Madrid renovó el título liguero. El gigante de Oss volvió a dejar su impronta ante el Barça la mágica noche del 4-1 en el Bernabéu, y recuperó la forma física a tiempo de contribuir a los excelentes números de su equipo.

Pero llegó la temporada aciaga del 2008-09. Y Ruud se lesionó de gravedad en la rodilla frente a la Juventus. Ese fue el fin anticipado de su trayectoria en el Real Madrid. Ya sólo jugaría tres partidos más con la camiseta blanca, uno de ellos amistoso.

Ahora, sabiéndose el quinto delantero del equipo, ante la posibilidad de no volver a jugar y apremiado como tantos otros por la cercanía del Mundial de Sudáfrica y la posibilidad de disputarlo, ha decidido poner fin prematuramente a su vínculo contractual con el Real Madrid, aceptando una oferta del HSV Hamburgo alemán. El holandés disfrutará así de los minutos que ahora le niegan CR9, Higuaín, Benzema y Raúl. Para el recuerdo quedará la cerrada y unánime ovación que le ha obsequiado el exigente público del coliseo merengue en su despedida, tal día como hoy.

Así pues, adiós Ruud. Adiós, holandés dandy y matador, azote de herejes culés y defensor de la fe blanca. Vete en paz, con nuestra eterna gratitud por tu entrega, lucha y sacrificio, tu exquisita profesionalidad, tus goles de maestro. Que tu nueva etapa te sea tan propicia como las anteriores y que la fortuna vuelva a sonreirte para volver a ser el de siempre: Van The Man, Van Gol, Van Nistelrooy. Adiós y gracias mil. De un caballero a otro.

He dicho.

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